IV. LA HERENCIA DEL HIJO DE DIOS
Capitulo 11. DIOS O EL EGO – IV La herencia del Hijo de Dios
1. Nunca olvides que
la Filiación es tu salvación, pues la Filiación es tu Ser. Al ser la creación
de Dios, es tuya, y al pertenecerte a ti, es Suya. Tu Ser no necesita
salvación, pero tu mente necesita aprender lo que es la salvación. No se te
salva de nada, sino que se te salva para la gloria. La gloria es tu herencia,
que tu Creador te dio para que la extendieras. No obstante, si odias cualquier
parte de tu Ser pierdes todo tu entendimiento porque estás contemplando lo que
Dios creó como lo que eres, sin amor. Y puesto que lo que Él creó forma parte
de Él, le estás negando el lugar que le corresponde en Su Propio altar.
2. ¿Cómo ibas a poder
saber que estás en tu hogar sí tratas de echar a Dios del Suyo? ¿Cómo podría el
Hijo negar al Padre sin creer que el Padre lo ha negado a él? Las leyes de Dios
existen para tu protección, y no existen en vano. Lo que experimentas cuando
niegas a tu Padre sigue siendo para tu protección, pues el poder de tu voluntad
no puede ser reducido a menos que Dios intervenga contra él, y cualquier
limitación de tu poder no es la Voluntad de Dios. Recurre, por lo tanto, únicamente
al poder que Dios te dio para salvarte, recordando que es tuyo porque es Suyo,
y únete a tus hermanos en Su paz.
3. Tu paz reside en
el hecho de que Su paz es ilimitada. Limita la paz que compartes con Él, y tu
Ser se vuelve necesariamente un extraño para ti. Todo altar a Dios forma parte
de ti porque la luz que Él creó es una con Él. ¿Le negarías a un hermano la luz
que posees? No lo harías si te dieses cuenta de que con ello sólo podrías
nublar tu propia mente. En la medida en que lo traes de regreso, regresas también
tú. Ésa es la ley de Dios para la protección de la plenitud de Su Hijo.
4. Sólo tú puedes
privarte a ti mismo de algo. No resistas este hecho, pues es en verdad el
comienzo de la iluminación. Recuerda también que la negación de este simple
hecho adopta muchas formas, y que debes aprender a reconocerlas y a oponerte a
ellas sin excepción y con firmeza. Éste es un paso crucial en el proceso de
re-despertar. Las fases iniciales de esta inversión son con frecuencia bastante
dolorosas, pues al dejar de echarle la culpa a lo que se encuentra afuera,
existe una marcada tendencia a albergarla adentro. Al principio es difícil
darse cuenta de que esto es exactamente lo mismo, pues no hay diferencia entre
lo que se encuentra adentro y lo que se encuentra afuera.
5. Si tus hermanos
forman parte de ti y los culpas por tu privación, te estás culpando a ti mismo.
Y no puedes culparte a ti mismo sin culparlos a ellos. Por eso es por lo que la
culpa tiene que ser deshecha, no verse en otra parte. Échate a ti mismo la
culpa y no te podrás conocer, pues sólo el ego culpa. Culparse uno a sí mismo
es, por lo tanto, identificarse con el ego, y es una de sus defensas tal como
culpar a los demás lo es. No puedes llegar a estar en Presencia de Dios si
atacas a Su Hijo. Cuando Su Hijo alce su voz en alabanza de su Creador, oirá la
Voz que habla por su Padre. Mas el Creador no puede ser alabado sin Su Hijo,
pues Ambos comparten la gloria y a Ambos se les glorifica juntos.
6. Cristo está en el
altar de Dios, esperando para darle la bienvenida al Hijo de Dios. Pero ven sin
ninguna condenación, pues, de lo contrario, creerás que la puerta está
atrancada y que no puedes entrar. La puerta no está atrancada, y es imposible
que no puedas entrar allí donde Dios quiere que estés. Pero ámate a ti mismo
con el Amor de Cristo, pues así es como te ama tu Padre. Puedes negarte a entrar,
pero no puedes atrancar la puerta que Cristo mantiene abierta. Ven a mí que la mantengo
abierta para ti, pues mientras yo viva no podrá cerrarse, y yo viviré
eternamente. Dios es mi vida y la tuya, y Él no le niega nada a Su Hijo.
7. En el altar de Dios
Cristo espera Su propia reinstauración en ti. Dios sabe que Su Hijo es tan irreprochable
como Él Mismo, y la forma de llegar a Él es apreciando a Su Hijo. Cristo espera
a que lo aceptes como lo que tú eres, y a que aceptes Su Plenitud como la tuya
propia. Pues Cristo es el Hijo de Dios, que vive en Su Creador y refulge con Su
gloria. Cristo es la extensión del Amor y de la belleza de Dios, tan perfecto
como Su Creador y en paz con Él.
8. Bendito es el Hijo
de Dios cuyo resplandor es el de su Padre, y cuya gloria él quiere compartir
tal como su Padre la comparte con él. No hay condenación en el Hijo, puesto que
no hay condenación en el Padre. Dado que el Hijo comparte el perfecto Amor del
Padre, no puede sino compartir todo lo que le pertenece a Él, pues de otra
manera, no podría conocer ni al Padre ni al Hijo. ¡Que la paz sea contigo que
descansas en Dios, y en quien toda la Filiación descansa!
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